Comenzó con una docena de fotografías en blanco y negro. Se mostraban en un pasillo de un museo que llevaba a una sala más amplia. Siendo arquitecto, me pareció que las fotografías estaban ahí solo como material introductorio al trabajo de la pareja de artistas Suizos que ya uno reconoce como un solo nombre: Fischli and Weiss. Y que como la mayoría del material introductorio, uno lo digeriría con impaciencia para llegar pronto a la parte densa de la exposición. No había mucha gente en el pasillo, pero los pocos me parecían tener una sonrisa en la cara. Conforme fui avanzando y observando las fotografías que conforman la serie Equilibres, me di cuenta de donde surgían las sonrisas: cada fotografía se conformaba por un ensamblaje complejo de objetos ordinarios que parecían estar a punto de perder su balance. Un par de ralladores de queso se unían por un tenedor. Una espátula extendía la conexión. Y todos estos elementos cotidianos se inclinaban en diagonal, balanceados por un cable que iba de la punta de la espátula a una botella de vino que en sí se balanceaba sobre un corcho. En medio del cable, una zanahoria con un tenedor insertado en ella agregaba tensión a la cuerda. La escultura en sí genera una sonrisa. La selección de los objetos parece absurda. La composición es sorprendente. El resultado es de un Surrealismo tan infantil que lo hace de lo más puro que he visto. Y luego esta el titulo: Roped Mountaineers. Instantáneamente, los objetos adquieren vida. La botella y la zanahoria con el tenedor adquirían corporalidad. Estos objetos son los escaladores. Los ralladores se vuelven la montaña. Ahora veo porque los otros visitantes sonreían. Estas fotografías de esculturas frágiles son entrañables, dan ternura. Me imagino que las esculturas en si sostienen la respiración, lo suficiente para permitirse ser fotografiadas. Instantes después ceden y caen al piso, exhaustas. Los artistas deben disfrutar del precario proceso. La prueba y el error debe ser su modo operandi.
Esto se confirma un par de salas después, en donde un video se proyecta en constante repetición. Yo entré en el momento en que una llanta de carro baja por una tabla con suficiente inercia para subir por otra. De ahí, una serie de micro eventos, cada uno interconectado con el que lo precede y con el que viene, generan una de las secuencias más espectaculares que he visto. Cada objeto se ve activado por un proceso distinto. Algunos los empuja una espuma que se expande, otros son impulsados por gases a presión, otros se deslizan sobre liquido resbaloso. Con cada paso de la secuencia, se va incrementando las expectativas. La secuencia nunca deja de sorprender. Llega el final de la película. Me quedo sentado, con una sonrisa de oreja a oreja. Vuelvo a ver, ahora de principio a fin, la secuencia entera. The Way Things Go se vuelve en ese instante mi película favorita. Fishcli y Weiss han creado una película que compite con los mejores gags de Chaplin o Keaton. Sus mecanismos tienen el ingenio de las maquinas de Da Vinci mezclado con el humor de Ruth Goldberg. Los recursos son exagerados. Tanto mecanismo tan sólo para mover una caja de cartón. Pero es que Fischli y Weiss no parecen estar en absoluto interesados en lo practico. Su interés reside en la experimentación, en el absurdo y en el sentido del humor. Deben ser tanto científicos locos como payasos de absoluta seriedad; Genios cotidianos. La producción parece casera. Debieron de hacer prueba tras prueba antes de llegar a la coreografía precisa que vemos.
El trabajo de Fischli y Weiss solo puede surgir de experimentos impulsados por la curiosidad. Me parece que deben inventar a partir de una cuestión tan simple como: ¿qué pasaría si…? Los objetos se vuelven actores y sus movimientos se vuelven gestos. La película se percibe viva, vital. Nos sentimos afortunados de ser testigos de los fenómenos que ocurren en ella. Eso en si nos atrapa. Seguimos sus movimientos con la curiosidad y emoción de un niño. Los artistas nos han invitado a su fiesta. Y nos la pasamos como nunca. Cada movimiento una sorpresa. Creatividad cómica en su máxima expresión.
Años después, vuelvo a ver una proyección de la película. Esta vez al aire libre, debajo de una de las estructuras que llegan a cubrir al parque elevado del Highline en Nueva York. Por mas que quiero recorrer la ciudad de Nueva York, me veo detenido, hipnotizado por las astutas secuencias de la película. Ya me las se, pero aun así no dejan de sorprenderme. Disfruto de la película como si fuera la primera vez que la veo. Aprovecho mi visita a Nueva York para comprarme la película y un libro de la pareja Suiza. No me he sentado a ver la película en el confort de mi casa desde entonces. Supongo que me da tranquilidad saber que la tengo ahí, disponible para verla cuando quiera. Pero hay algo en su esencia, en su aparente sentido de accidental, que prefiero volverla a ver cuando me tope con ella en algún otro museo. El libro sí lo devoro. Mi frase favorita: “Balance is most beautiful just before it collapses.” Hay algo de sabiduría Zen en ella.
De Fischli y Weiss he aprendido que, en ocasiones, vale la pena explorar soluciones complejas simplemente por el placer de encontrarle soluciones. Al mismo tiempo, he aprendido que la complejidad puede resultar de principios básicos. He aprendido que las conexiones menos inesperadas generan efectos sorprendentes. Quisiera pensar que podría aprender de su curiosidad, de su rigor, de su exploración. Pero al final de cuentas, lo que más me atrae de Fishcli y Weiss es su espíritu infantil. Y eso no se puede aprender. El espíritu infantil lo tenemos o no lo tenemos. Y si uno lo tiene, lo que tiene que aprender es a saber aplicarlo inclusive en aspectos que parecen más serios, como lo puede ser nuestro trabajo.